Tras casi una década sin escucharlo, me sumerjo en el mar de hierro.
Quiero, a propósito, seguir sin entender nada más allá de los instrumentos que convierten al océano en música.
Y comienzo a cantar en mi lengua frases improvisadas que rimen al compás del otro idioma. Superpuestas. Sin que necesariamente tengan sentido.
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