Descerebrar zombies es uno de los placeres que aún no nos han sido otorgados en el MundoReal™.
Por eso detonamos píxeles sobre sus cortezas. Para defragmentar cráneos a punto de fermentar las tramas lineales que nos ofrece la TV.
Detrás de la cuarta pared estamos nosotros. Con el hipotálamo intacto. Y el olor a carne fresca que un puñado de cineastas ha logrado olfatear de las páginas de un cómic frenético.
La adaptación de The Walking Dead no yace bajo un ejecutable de bibliotecas dinámicas que coleccionan la geometría 3D de cada gota de sangre de sus modelos (AKA: videojuego de reventar zombies).
La miniserie tampoco está dirigida por excelsitudes proactivas que generan títulos como Left4Dead. Pero se maquilla con tanta mierda que da gusto ver las escenas de mordida-de-antebrazo, vaciado-de-molleja, vómito-de-bilis y semitroncos humanos desgajando intestinos como un Juan de los Muertos sediento de carne de res.
El resto es puro drama. Con más bugs que un release en versión alpha. Al 25% del ritmo que me gustaría. Sin el gancho final que uno necesita para soñar todo un otoño repleto de undeads.
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