Los puntos de venta de artículos religiosos comienzan a satisfacer la demanda de casi todos los barrios. Hay zonas donde las prendas blancas y las estatuillas constituyen un negocio mayor que la pizza. Como si las reliquias estuviesen cocidas al horno. Con queso preservativo y puré de tomate.
No existe una santa industria. Ni están representados todos los santos. Pero las licencias de culto minorista y devoción a domicilio obedecen las leyes del nuevo mercado.
Diseñadores gráficos y comunicadores orales lanzan a pincel y toda voz numerosas ofertas. La competencia es intensa. Artesanos y sastres se sienten cada vez más motivados. Produciendo un valor superior para los clientes; erigiendo la dicha popular a niveles insospechados.
Todo el mundo se siente protegido. Excepto el que amasa la harina con leña. Encendiendo fósforo tras fósforo. Hasta invocar un nuevo salvador que le transmute la ceniza en queso. Para rescatar de una vez su negocio de espaguetis italianos.
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