Las grúas son el elemento cotidiano del nuevo paisaje. El Morro yace junto a los nuevos colosos que adornan la entrada y salida de los yates luciérnaga. Que bojean la bahía en busca de pasto azul inexplorado sobre el que navegar.
Las putas hacen fila, columnas. Y hasta un pedestal. A quienes pasen de largo con al menos un billete verde pálido entre su blusa. Porque ya no hay baches secos sobre el que estacionar.
Las tiendas están llenas de gente nueva. Frikis, chinos, rusos, gringos. Y hasta gente disfrazada de depósitos clasificadores que necesitan que seas tú el que clasifiques lo que vas a botar.
La Habana está que arde. De especulaciones voraces. De construcciones sin polvo. De polvo nasal.
De gala barata. De ceremonias lujosas. De oligarcas sin rumbo. Y de tanto espectro electromagnético que pone cualquier oído a vibrar.
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