Un día después de concluir la Feria Internacional del Libro de La Habana, tengo apilado un bulto de libros nuevos a poco más de un centímetro de mi computadora portátil.
Quizás sea para tenerlos en cuenta y no postergar durante días o semanas la mágica tarea de ubicarlos en alguno de los libreros. El que se encuentra ubicado en la sala de la casa almacena los libros de consulta rápida y "no-tan-rápida", mientras que aquellos que casi topan el techo de un cuarto, se quedan a dormir en él para siempre.
Recuerdo llegar de la Feria, en un febrero de hace cinco o seis años, cargado de libros -y bolsas de libros. Gastaba allí uno de mis primeros salarios, mientras el mundo a mi alrededor se tornaba diferente. Más utopías, más conocimientos, más felicidad. O tal vez menos. El paso del tiempo se encarga de cegar unas sensasiones y echar luz sobre otras.
Mientras tanto, la inquietante brecha entre la escasa literatura científico-técnica y los cientos de publicaciones orientadas a la divulgación político-ideológica me preocupa tanto como la existente entre el contraste de diversidad esos ejemplares que los cubanos podemos pagar, y aquellos que las escasas editoriales extranjeras presentes ofrecen a cambio de papelitos de colores.
En las áreas donde canjean CUC, cada billete sobrepasa 24 veces su equivalente en moneda nacional. Esta vez, con algo de dinero en el bolsillo, fui en busca de la novela Microsiervos, del canadiense Douglas Coupland. Había pasado una semana desde la inauguración de la Feria, y tan sólo quedaba un ejemplar en rebaja: sucio y con la carátula rasgada. No lo compré.
Por suerte, mi amiga Mirla consiguió prestarme una edición, un poco más vieja, junto al denominado "libro insignia de los años noventa". Se trata de Generación X, escrito por el mismo autor.
La lectura de ambos promete. Y no dudo en poder incorporarlos a mi lista de favoritos, pues según las referencias, es poco probable que puedan reposar en algún librero.
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