Las señalizaciones en la pequeña ciudad se encuentran muy bien ubicadas. Quizás sea para evitar accidentes o impedir el desvío de atención de quienes se abruman por el derroche de detalles.
Lo cierto es que todo queda minuciosamente registrado. Hasta los pétalos de aluminio coloreado están inscritos en las hojas del libro que archiva las ubicaciones sobre cada área del césped de silicio de la urbe.
La sombra de los edificios oscila al compás de la bombilla suspendida de un techo sin nubes. Mientras tanto, un par de dedos manipulan las pinzas que tallan las raíces de una astilla de roble.
Es la destreza del juguetero, cuyas manos mantienen vívidas sus ideas, entregando a las hojas el verde colorido de un pincel.
De repente, el mundo comenzó a temblar.
No es la primera vez que ocurre: siempre se derrumbaban algunos edificios. El anciano rodea con los brazos su obra. Estaba a punto de concluirla. No podía retrasarse más.
Lanza gritos de desesperación y enseguida cesan las sacudidas, como de costumbre. Tras un suspiro se sinte aliviado. Observa las tablas del techo y da las gracias a Dios.
Afuera, un gigantesco niño teme por las voces que escucha en su casita de madera. Decide no tocarla. Y la encierra en su baúl de juguetes.
Se hace de noche en el hogar de aquel señor que, habiendo terminado su trabajo, decidió acostarse a dormir para siempre.
Más tarde, la pequeña ciudad iluminada vuelve a la normalidad. Todos salen de sus casas a festejar junto al nuevo roble la desaparición del gigante de las pinzas de hierro.
1 notas:
El 4 de marzo de 2006 se me ocurrió esta idea de "tres niveles de abstracción". Quería dimensionar elementos desde un enfoque común, con nexos visibles entre ellos.
Volví a leerlo una semana después y para el 12 de marzo tenía una segunda versión, a la cual le hice varios ajustes para poder compartirla a través del blog.
Publicar un comentario