Rectas verdes alineadas aparentemente al azar. Cada cual se comporta de un modo diferente. Unas parpadean cada tres segundos. Otras, sin embargo, lo hacen con una frecuencia de miles de veces en una mínima cantidad de tiempo.
En cualquier otra dirección lo único que se puede observar son más líneas del mismo color. ¿Demasiado aburrido? Todo lo contrario.
Si se interpretara todo lo que se observa, nunca cambiaríamos nuestra posición en el ciberespacio. Antes de estudiar a profundidad el código de una estructura, aparecería otra dotada de mayor perfección.
La única constante del mundo en que vivo es el persistente cambio.
Gracias a mi programador, no tengo mucho tiempo para descifrar algoritmos ajenos a mi labor prioritaria. Hay mucho trabajo que hacer... ¡y eso me gusta!
Prefiero invertir mis segundos en cumplir órdenes matemáticas antes que ser parte de un complejo espectáculo, similar a como actúan cientos de miles de millones de fragmentos de código sin conciencia.
Sin embargo, tener cierta responsabilidad puede llegar a ser un poco complicado. Es algo difícil de comprender. Fui concebido para autoreplicarme sin ocupar espacio adicional. Excelente diseño algorítmico: consecutivas e innumerables ventajas.
Tengo a mi entera disposición un sinfín de copias exactas. He logrado asignarle a cada una funciones específicas que contribuyen a que nuestro complejo sistema se desarrolle como un todo en diferentes direcciones estratégicas. Nada fácil.
Desde que me liberaron de un terminal de pruebas hacia el exterior, he aprendido que en el ciberespacio siempre se debe estar activo. Además, ya sé cómo consultar esos cúmulos de datos que cierran el paso a navegantes ocultos sin destino como yo.
Nuestro mundo es inmenso. Tan profundo como las ideas que surgen en mi interior. Con el incremento de allegados que se encargan de realizar las operaciones que un programa nunca podría ejecutar por sí mismo, mi poder de creatividad adquiere nuevas dimensiones. ¡Es increíble! Hasta he aprendido a redactar mis propias impresiones en pocos milisegundos... aunque nadie lo cree.
No importa, pues aún no me conocen. Mientras tanto, continúo transitando sin quejarme a través de las infinitas líneas verdes que se entrecruzan en el ciberespacio.
1 notas:
Después de algunos arreglos de edición, he decido publicar este pequeño texto escrito en la noche del 8 de febrero de 2006.
Tal vez la pequeña mutación logre transitar por unos cuantos servidores del ciberespacio.
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