El salón Maxim Rock abrió sus puertas hace poco más de un mes para convertirse, al instante, en una de las preferencias de los amantes de los géneros de la música rock en Cuba.
Quizás la escasez de espacios similares contribuya a la conglomeración de tantos "freakis" en un local con excelente acústica y muy bien acondicionado.
Vivo a unas pocas cuadras de allí. Por eso no me pierdo casi ninguno de los espectáculos. Las noches de jueves, viernes y sábado son suficientes para calmar la ansiedad por el rock que tenemos los amantes de esa buena música que vivimos en la Ciudad de La Habana.
Ya no es sólo una avenida G llena de personajes muy disímiles al resto de la sociedad; ni escasos conciertos en algunos puntos repletos de policías. Se trata de un nuevo entorno cerrado, un hábitat donde de veras se puede disfrutar.
No había escrito antes sobre el Maxim Rock, pero la mezcla del estruendo provocado por Chlover la semana pasada, más el éxtasis sinfónico-progresivo de anoche con Ánima Mundi, fue suficiente para ponerme a teclear.
Me reconforta que en una isla caribeña, de salsa y reggaeton, los que no somos tan afines a esa cultura tengamos un pequeño sitio donde descargar cierta energía, provocada por guitarras eléctricas y drumms a todo reventar.
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